sábado, 21 de junio de 2014

La entrada en prisión.

Hoy voy a hablar de la entrevista de ingresos y la separación interior, entrada que ya prometí hace varias semanas y que he estado posponiendo en favor de otras temáticas de actualidad penitenciaria que han ido surgiendo.

Lo primero que quiero advertir es que en prisión cualquier trámite está muy protocolizado. Intentaré huir de excesivos formalismos pero es imposible tratar ciertas cuestiones si no explico, aunque sea de una manera sucinta, algunos procedimientos.

Cuando una persona ingresa en la cárcel, el primer destino será el módulo de ingresos. En este módulo, con carácter general y sin reparar en casos específicos puesto que sería imposible de abarcar en una única entrada, se procederá a la identificación dactilar, alfabética (toma de datos personales) y fotográfica. La Oficina de Régimen abrirá un expediente al interno, la Unidad de Ingresos realizará un cacheo para retirar los objetos no autorizados y el Servicio Médico dispondrá de 24 horas para examinar a la persona que acaba de entrar.

Si el interno está en situación preventiva, es decir, a la espera de juicio, será entrevistado en el plazo de cinco días por el trabajador social y el educador; si, por el contrario, está penado, además de por los profesionales anteriores también será entrevistado por el psicólogo y el jurista. Estas primeras entrevistas de ingreso cumplen distintos objetivos. Los referentes a los trabajadores sociales son, a mi juicio, los que siguen:

- Hacer que el interno aprenda a sobrellevar esta experiencia y detectar el riesgo de suicidio son dos cuestiones a las que debemos prestar especial atención. Aquí los trabajadores sociales adoptamos un rol de acompañamiento en el proceso, sirviendo de enlace con el exterior, informando del funcionamiento de la prisión y asesorando a los familiares.

Una persona que acaba de entrar en prisión puede estar experimentando distintos sentimientos en función de su situación procesal, del momento de su trayectoria vital, de su propia personalidad y capacidad de afrontar situaciones, de posibles adicciones a drogas y, en definitiva, del largo etcétera de condicionantes que pueden influir en el estado anímico de los individuos. Habitualmente, no entra igual un primario que un reincidente, una persona que va cumplir una estancia corta que alguien que va a pasar una larga temporada a la sombra, un interno que acepta el delito que otro que cree que ha sido acusado injustamente, por poner tan sólo unos pocos ejemplos. Es frecuente que aparezcan sentimientos de ansiedad, miedo, soledad, desamparo y desconfianza ante un medio preconcebido como amenazante y hostil y que implica, además, una ruptura con su medio social y familiar.

-Otra de las funciones que cumplen estas primeras entrevistas es la separación interior. A veces, cuando hablamos de internos tendemos a la generalización, sin embargo, aunque en prisión predomina un determinado perfil caracterizado por provenir de ambientes marginales, existencia de consumo de tóxicos y dinámicas familiares disfuncionales, también nos encontramos con personas muy dispares que son lo más parecido a tu vecino del segundo o al panadero de la esquina. De modo que incluir en el mismo módulo a un chico de 18 años y a un adulto familiarizado con la subcultura penitenciaria puede resultar de los más inapropiado. Algunas de las características que tomamos en consideración para proponer uno u otro módulo son la edad, el tipo de delito y la alarma social creada, su condición de primario o no, la salud, la religión (objeto de otra entrada), el sexo y la identidad sexual.

Ya en la primera entrada de presentación comenté que uno de los módulos en los que trabajo es de preventivos-reincidentes; el otro módulo en el que trabajo es un módulo de jóvenes, es decir, compuesto por internos de 18 a 21 años, pudiendo llegar excepcionalmente hasta los 24 años. Intervenir en uno u otro módulo exige estrategias muy distintas que van desde la utilización del lenguaje hasta la demarcación de objetivos más o menos ambiciosos. Por tanto, esta separación interior también nos ayuda a la implementación de programas específicos en función de las carencias que se presenten.

- El tercer cometido de la entrevista de ingresos es recabar información para elaborar el MII (Modelo Individualizado de Intervención) o el PIT (Programa Individualizado de Tratamiento), dos modelos en los que se plasman las necesidades, los objetivos, la temporalización y la evaluación. El MII está indicado para preventivos y el PIT para penados. Esta distinción tiene su lógica: el PIT es la estrategia que nos marcamos con el penado, es decir, el tratamiento penitenciario. El interno ha sido condenado por cometer un delito, una conducta antisocial que ha de ser objeto de intervención. En el caso de los internos preventivos, existen profesionales que piensan que no deben ser sujetos de intervención ya que aún no hay una sentencia firme y, por tanto, si intervenimos estaríamos vulnerando la presunción de inocencia, de ahí que la Secretaría General creara el MII.

En  la práctica se interviene con los internos preventivos, aunque no podamos hablar de tratamiento propiamente dicho. Yo considero que el mero hecho de producirse un internamiento ya provoca suficientes efectos adversos en la persona (resulte tras el juicio inocente o no) como para contemplar una intervención, quizás no para buscar la reinserción, pero sí para mitigar en la medida de lo posible las consecuencias del encarcelamiento.

En mi opinión, consensuar con el interno las actividades a realizar ayuda a la implicación del mismo en su propia reeducación. Aquí voy a hacer un paréntesis: a menudo me oirás hablar de reeducación y reinserción social. Quiero advertir que, aunque no estoy muy de acuerdo con esta terminología para referirme a la consecución de una vida sin delinquir, la empleo porque es la habitual en las prisiones. La razón por la que no comparto estos términos es que en algunos casos no se puede conseguir reinsertar,  ni reeducar, ni tan siquiera resocializar porque implicaría asumir que en algún momento la persona ha estado insertada, educada o socializada, sin embargo, algunos internos nunca han contado con las condiciones estructurales y/o familiares que propiciaran una adaptación normal al medio.

Para finalizar, quisiera llamar la atención sobre la diversidad de las personas recluidas. Evidentemente todas tiene un factor en común: la comisión del delito; pero, las distintas experiencias personales, capacidades y actitudes exigen de un tratamiento individualizado que se adapte a las circunstancias personales de cada cual.

Tengo que reconocer que soy un poco obsesiva. Cuando me gusta una canción la escucho hasta quemarla. Os dejo con mi última víctima. Hasta pronto.




miércoles, 4 de junio de 2014

Elecciones en prisión.

¿Pueden votar los internos? ¿Cómo son las elecciones en una prisión? ¿Se celebran mítines? ¿Hay colegios electorales en los que depositar el voto? Si alguna vez te has hecho estas preguntas, creo que la entrada te puede interesar.

Pasados varios días de las Europeas, hemos podido conocer los análisis de los resultados que se realizan en los medios de comunicación. En este tema no me voy a extender porque creo que no te voy a aportar nada que no hayas escuchado o leído antes por ahí, tan sólo me congratulo del no escaño de VOX por ser una forma de desmarcarnos de la tendencia ultraderechista de algunos países europeos.

Dicho esto y entrando ya en materia, lo primero que quiero aclarar es que desde 1995 las personas reclusas en prisión pueden votar sin excepción, es decir, tienen derecho a sufragio activo. No sucede lo mismo con el sufragio pasivo que sí se puede limitar por resolución judicial.  El procedimiento para votar es el que sigue:
  1. En los centros penitenciarios se realiza una campaña informativa sobre cómo votar. 
  2. Después el interno solicita poder ejercer el derecho al voto. Para ello, el Centro se coordinará con la Oficina de Correos, que enviará un funcionario con formularios de inscripción o modificación en el censo. 
  3. Finalmente, la Oficina del Censo Electoral mandará papeletas y sobres de los partidos políticos a todos los solicitantes de la prisión. El funcionario de correos recogerá los votos y los hará llegar el día de las elecciones a la mesa correspondiente. 
Como ves, el procedimiento es sencillo; a pesar de ello en mi prisión han ejercido el derecho al voto menos del 5% de la población penitenciaria con nacionalidad española o lo que es lo mismo, ha habido un 95% de abstención. Por desgracia, es habitual que las personas que se encuentran en prisión no voten, parece ser que en rara ocasión se ha superado el 10% de participación. Los motivos deben de ser múltiples y variados, por mi parte os voy a dejar algunos que sospecho inciden en dicha abstención. 

Creo que la personas reclusas perciben el internamiento en prisión como una condena al ostracismo, como si se legislara para la gente que se encuentran en libertad pero no para ellos que, temporalmente (no nos olvidemos), están apartados de la sociedad. Nada más lejos de la realidad, tan sólo hay que echar un vistazo a la reforma del Código Penal que prepara Gallardón y de la que ya hablé en la anterior entrada,  por poner un ejemplo.

Puede parecer que estoy cargando las tintas contra una población con circunstancias ya de por sí adversas, que no entiende la importancia de ser elector y que se automargina no ejerciendo este derecho, pero no es así. Sin quitarles la parte de responsabilidad que tienen ya que algunos, bien por dejadez, bien por opción personal, tampoco votan cuando están en la calle, considero parte del problema a los partidos políticos que huyen de abordar la delincuencia y el régimen penitenciario para otra cosa que no sea el endurecimiento de las condenas, como si esto garantizara un descenso en la criminalidad.

Al final, es la pescadilla que se muerde la cola: si el interno no vota, las medidas de reinserción penitenciaria no entrarán nunca en la agenda de los políticos, pero es que ellos tampoco se preocupan de realizar una labor pedagógica que motive a votar a la población reclusa y, sobre todo, que muestre a la ciudadanía que la lucha contra la delincuencia no ha de pasar necesariamente por un mayor tiempo de condena.

Echo de menos que en los programas electorales se contemple una apuesta valiente por reducir el número de personas que ingresan en prisión a través de medidas preventivas, actuando desde los colegios y los barrios que presenten mayores niveles delincuenciales y medidas reinsertadoras, que eliminen la verdadera motivación que llevó a la comisión del delito. Parece claro que el político no quiere entrar en prisión ni de visita.

Sería ingenuo pensar que con programas exclusivamente reinsertadores acabaríamos con la delincuencia ya que esta problemática esconde un amplia gama de causalidades que influyen en la comisión del acto delictivo pero también es cierto que existen ciertos perfiles de internos a los que igual podríamos ahorrar esta experiencia, por su propio beneficio y por el de la sociedad.

Por último, los profesionales de tratamiento en general y los trabajadores sociales en particular también hemos de asumir la parte de responsabilidad que nos toca; hasta ahora yo no me había percatado de la alta abstención penitenciaria. Para las próximas elecciones intentaré motivar a los internos a ejercer su derecho al voto como mecanismo de reclamación de derechos y de participación activa en una sociedad que también es la suya.

Hasta la próxima entrada.